Euclides ha de ser uno de los peores candidatos a presidente que un partido puede tener. Pero peor aún si son partidos que se autodenominan de izquierda.

Euclides Acevedo, originario de la socialdemocracia en los tiempos en que la misma ya era consumadamente procapitalista, es un ex dirigente del PRF. Este, a pesar de su entroncamiento socialdemócrata, es un partido que siempre se caracterizó porque sus figuras públicas más conocidas tuvieron una adicción hacia los partidos de la derecha tradicional, y sus bases amagando para la izquierda de vez en cuando.

Pero Euclides Acevedo fue el más descolorido y el más oportunista de los febreristas conocidos que, debe decirse sin temor alguno, vivieron años de la estela de prestigio que les dejó el periódico El Pueblo en los últimos tiempos de la dictadura, y no por sus artículos, por cierto, sino básicamente por sus tapas que dibujaban una pintoresca irreverencia ante el estronismo.

Retomando, Euclides nunca tuvo más raíz que él mismo y su gallopalomismo político: oportunismo rampante, regodeo narcisista y su consuetudinario pragmatismo al servicio de su prestigio y de la gente que lo “cachiteaba”.

Mirando las elecciones de ahora, Euclides sorprendió, no sólo por su forzada como teatral grandilocuencia al servicio de venderse como el que las sabe todas, sino por su impostada campaña de líder incontestable o de repartir gua’u, premios, instrucciones y castigos, como si ya fuera un Presidente elegido y juramentado. Ridículo completo.

Su foja de servicio está colmada del servicio a cualquier fuerza de derecha que le utilizaba para ostentar un rostro aperturista siendo un confiable acomodado que nunca molesta. En los últimos tiempos como Ministro del Interior del Partido Colorado se propuso ser uno de uno de los más duros represores de los pobres, de los miserables, de los desesperados, vía el ensalzamiento y apoyo incondicional a los Linces, de triste memoria por su encarnizada violencia y prepotencia contra los marginalizados.

Y aunque sea difícil de creer, no se le puede eximir de la responsabilidad de una de las actuaciones más nefastas de la represión gubernamental capitalista en tiempos democráticos: la muerte de 2 niñas y la desaparición de otra a manos de la FTC, sin haber movido un dedo por esclarecer tales hechos o establecer responsabilidades.

Quizás en el afán de ejercer el poder que le es tan esquivo es que se metió en la cueva del conservadurismo de derecha como es la masonería en la que ha de cumplir su sueño de pequeño Napoleón guaraní.

El Euclides, en cuanto peor candidato, incluso compite con Santi ya que éste es conocido como caniche de la mafia cartista al que servirá como todo caniche bien alimentado, pero aquel es supuestamente un socialdemócrata, sin embargo no es más que un vendido al mejor postor y que puede usar caretas a diestra y siniestra, siempre en función de sus apetencias sin provecho sino a él y a sus patrones eventuales, no importa si el partido es neoliberal a ultranza o si es semifascista.

Su proyecto nada tiene que ver con un programa de gobierno al servicio de la clase trabajadora y el pueblo, se presenta con un discurso rimbombante de “alternativa democrática radical”, con su remanido planteamiento del “pacto social y político” dentro del sistema y no pasa de ser un proyecto más al servicio de la burguesía capitalista.

Lo que no resulta fácil de entender es cómo varios partidos conocidos y con cierta trayectoria de “izquierda”, relativamente hablando, del FG se han convertido en cargueros del trono de la candidatura de gallo-paloma. ¿Qué les llevó a tal desatino? Es un despecho político de Alegre que les tiró en los brazos de Acevedo, según comentan sus principales voceros. Especularon que podían hacer saber su valor y lograr una mejor posición para negociar, pero no les resultó nada bien.

Acevedo afirmó, en los inicios de estos tiempos democráticos, -a una candidatura del PT que le criticaba sus alianzas de derecha- que el PT hacía una virtud de la virginidad política, evaluando nuestras posturas como sectarias; a la que se le respondió que él hacia una virtud de la prostitución política. De algún modo, esa impronta sigue campante a través de su enmohecido oportunismo sin principios.

“Yo no quiero apostar por un caballo perdedor”, es otra frase del que gusta y en el que expresa su rancio oportunismo. Y, en estos tiempos de electoralismo febril, él es un caballo perdedor en toda la línea, y en la apuesta a su inútil carrera despilfarra Querey lo poco que acumuló. Acevedo, por su parte y en esta ocasión, será víctima de su propia sentencia.