La batalla de Acosta Ñú, o de Campo Grande, cumple 150 años. Y continúa siendo una herida abierta para el pueblo paraguayo. La clase trabajadora brasileña, argentina y uruguaya debe conocer y repudiar este episodio atroz de la Guerra contra el Paraguay [1864-1870]. Debe conocer este y todos los crímenes que sus clases dominantes cometieron en contra de esta nación históricamente oprimida.

Por: Ronald León Núñez, desde Asunción

En el Paraguay, cada 16 de agosto se celebra el “día del niño”. ¿Por qué? Porque en la batalla de Acosta Ñú, alrededor de 3.500 paraguayos harapientos y mal armados –la mayor parte de ellos niños o adolescentes de 9 a 15 años de edad–, se enfrentaron a los más de 20.000 soldados que componían la vanguardia del ejército de la Triple Alianza, aunque entonces estaba integrado mayormente por tropas brasileñas y comandadas por el yerno del emperador brasileño Pedro II, el francés Gastón de Orleans, conde d’Eu.

Al final de la masacre, el conde ordenó el incendio del campo de batalla en el que había centenares de niños heridos, y las mujeres que salían de los montes para rescatar a sus hijos.

La batalla ocurrió en el contexto de la fase final de la Guerra. Recordemos que Asunción había sido tomada –y saqueada– en enero de 1869. El propio comandante supremo aliado, el marqués de Caxias, entendió que, con ello, la guerra había terminado. La capital enemiga había sido capturada y López estaba en completa retirada, en algún punto del interior del país. Así, Caxias se retiró del teatro de operaciones, retornando sin autorización oficial a Rio de Janeiro. Aparentemente, Caxias no parecía sentirse a gusto con seguir al frente de una campaña militar que a esa altura consideraba que no pasaba de una simple cacería a Solano López: “¿Cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos y recursos precisaremos para terminar la guerra, es decir, para convertir en humo y polvo a toda la población paraguaya, para matar al feto del vientre de la mujer?”, había escrito al emperador de Brasil ya en 1867 ante la excesiva y costosa prolongación de la guerra, impensada al comienzo.

Pero Pedro II, el “civilizador” esclavista, sí estaba dispuesto a llevar la guerra hasta el final. O, en palabras atribuidas al propio Caxias, a “convertir en humo y polvo a toda la población paraguaya, para matar al feto del vientre de la mujer”.

Por este motivo, el monarca brasileño tuvo que apelar a su yerno europeo, que cumplió la orden a regañadientes.

La batalla de Acosta Ñú expresa cabalmente el carácter de la guerra.

Por parte del Paraguay, una guerra que se hizo total desde 1866, cuando su territorio fue invadido por tres ejércitos materialmente superiores. En agosto de 1869 ya no podía diferenciarse aquello que restaba del ejército “regular” de la población civil (niños, mujeres, ancianos), que de una u otra forma se involucraron en el esfuerzo bélico para rechazar a los invasores. Las mujeres y los niños trabajaban de 12 a 14 horas en los campos, sobre régimen de disciplina militar, para abastecer el ejército. Pero llegó el momento en que les tocó dejar el arado y empuñar las armas.

En este sentido, si existe algo que ni los jefes aliados pudieron negar fue el arrojo, la bravura, y la desesperación que demostró el pueblo paraguayo a la hora de defender –no a Solano López o un concepto abstracto de “nación” o “independencia”– sino lo “suyo”: sus chacras, sus villas, sus familias, su modo de vida. Todo esto, con razón, es lo que vieron amenazado con el avance de la Triple Alianza.

En el caso de Acosta Ñú, el general brasileño Dionísio Cerqueira, que estuvo presente en la batalla, escribió: “¡Qué lucha terrible esa entre la piedad cristiana y el deber militar! Nuestros soldados decían que no daba gusto pelear con tanto niño”.

Cerqueira comenta que “el campo quedó lleno de muertos y heridos del enemigo, entre los cuales nos causaban gran pena, por el abultado número, los soldaditos, cubiertos de sangre, con las piernecitas quebradas, algunos de los cuales ni siquiera habían llegado a la pubertad”. Y sentenció: “¡Cuán valientes eran para el fuego los pobres niños!”.

Es verdad que la dictadura de Solano López –que se negó a capitular en todo momento, y este es un hecho que debe reconocerse–, en la medida en que el ejército paraguayo se hacía añicos, estableció la movilización obligatoria de varones de 16, 14, 13 y hasta 11 años.

Sin embargo, en un contexto de guerra total, de destrucción y muerte por doquier, lo que debemos cuestionarnos cuando nos deparamos con el caso de niños enfrentando a soldados adultos profesionales, infinitamente mejor armados, es: ¿fueron los niños los que fueron a la guerra o fue la guerra la que los arrastró a un combate tan desigual? Tal vez las dos cosas, pero muchos de ellos eran ya huérfanos, habían perdido a sus seres queridos, habían perdido sus hogares… ¿qué les quedaba si no combatir al enemigo? ¿Se les puede impugnar, con criterios actuales, que lo hayan hecho?

Por parte de los aliados, Campo Grande expresa de manera cristalina lo que significó una guerra de conquista, de rapiña, de exterminio de casi toda una nacionalidad. Estudios académicos no marxistas, apuntan que en los cinco años que duró la contienda desapareció entre 60 y 69% de la población total de esa pequeña república sudamericana llamada Paraguay. Un grado de exterminio aterrorizante, casi sin paralelo en la historia moderna.

La batalla de Piribebuy

El 12 de agosto, cuatro días antes de Acosta Ñú, se recordó la batalla de Piribebuy. Este es otro caso emblemático. Piribebuy era un pequeño pueblo que fue defendido por alrededor de 1.600 soldados –entre ellos, muchas mujeres y niños– ante el bombardeo y el ataque por tierra de más de 20.000 soldados aliados. El comando aliado intimó rendición, pero el comandante paraguayo Pedro Pablo Caballero la rechazó.

Luego de repeler algunos ataques con fusiles de chispa y con cañones vetustos cargados con pedazos de vidrio, la plaza inevitablemente sucumbió. El conde d’Eu, furioso, ordenó la decapitación del comandante Pedro Pablo Caballero –otras fuentes serias dicen que, en realidad, Caballero fue amarrado a cuatro caballos, suspendido, y luego descuartizado–.

No satisfecho, el conde d’Eu ordenó la ejecución de los prisioneros y el incendio del hospital de sangre, carbonizando a sus aproximadamente 600 ocupantes. Estas atrocidades, más allá de ser fruto de una mente sádica, constituían actos intrínsecos al carácter mismo de la guerra.

Gastón de Orléans, Conde d’Eu

Después de la batalla de Piribebuy, el conde simplemente anotó en su diario: “La noche cayó, y no tenía en el estómago sino una taza de café tomada, como habitualmente, antes del amanecer y algunas gotas de coñac de naranja, compartidas con mi Estado Mayor en medio de la acción. Cenamos muy alegremente con Victorino: me dio una tienda de campaña, visto que mis equipajes no llegaron a tiempo”. Una cena alegre con sus oficiales.

Para terminar, algo más sobre nuestro refinado conde, el protagonista de las atrocidades de Piribebuy y Acosta Ñú. En sus memorias, recientemente reeditadas en el Brasil, existen anotaciones que ilustran perfectamente su pensamiento xenófobo, racista, además del completo desprecio no solo hacia el Paraguay, a cuyos pobladores se refería como “seres estúpidos”, sino hacia Sudamérica como un todo, incluida la composición de su propia tropa.

Rumbo al teatro de operaciones, escribió: “estos hispanoamericanos no tienen conocimiento alguno de las buenas maneras”.

Ya en Corrientes, anotó: “las calles de Corrientes son abominables cloacas, y las casas, la mayoría de las veces, son térreas. El aspecto general es el de una gran villa. En la plaza del mercado, hay cierto número de hediondos indígenas venidos del Chaco. La mayoría no comprende el español”.

Finalmente, leamos lo que opinó sobre el ejército que comandaría en la campaña contra el Paraguay:

“El aspecto general me satisfizo: están todos armados, vestidos y calzados de manera completa […] No quiero decir, sin embargo, que el aspecto sea igual al de los Ejércitos europeos. Esa inferioridad deviene de dos causas: 1) el detestable corte de nuestros uniformes; 2) la inmensa preponderancia numérica (en la infantería) de mulatos, que, de forma general, no ofrecen buenos especímenes para la humanidad”.

Que el lector saque, entonces, sus propias conclusiones.

Fuente: GOYENA SOARES, Rodrigo (org.). Conde d’Eu: Diário do comandante em chefe das tropas brasileiras em operação na República do Paraguai. 1ª. ed. Rio de Janeiro: Paz e Terra, 2017, no paginado, recurso digital de Kindle.