Foto de Angel Bogado

Hoy se cumplen 33 años de la caída de la dictadura lo que significó mutar el régimen dictatorial por uno democrático liberal –que desplazó a las FFAA como principal institución del régimen y estableció el ritual de las elecciones periódicas y el parlamento capitalista como pilares políticos- una democracia donde las libertades, garantías y la llamada justicia social son una quimera en cuanto a sustancialidad efectiva tras más de 30 años de aquel suceso; o al menos puede decirse que los cambios fueron sobre todo de forma, y donde las concesiones respecto a los pilares liberales fueron concesiones a medias.

Es innegable que el derrocamiento de Stroessner significó un hecho progresivo, más allá de los límites evidentes de ese proceso, puesto que planteó mejores condiciones jurídicas y políticas para que los trabajadores y oprimidos pudieran organizarse y luchar por sus intereses de clase.

Sin embargo, aquel proceso incipiente y progresivo tuvo un corto alcance y ello fundamentalmente porque el poder efectivo siguió estando en las manos de quienes gobernaron con el dictador (capitalistas, banqueros, latifundistas, mafiosos, muchos de ellos exponentes del propio régimen derrocado en 1989), quienes volvieron a someter al pueblo trabajador, cooptando a la dirigencia, limitando las proyecciones de nuevas conquistas y reduciendo las disputas en el marco de la adaptación completa de toda la vanguardia a las instituciones burguesas.

Este proceso contradictorio pos dictadura condujo a nuevas derrotas del movimiento, derrotas que ya no guardaban relación solamente con el aplastamiento físico propio de la dictadura como un rasgo fundamental, sino con la derrota moral e intelectual de la vanguardia de la clase trabajadora. Esto último se expresó en la cooptación y adaptación de las principales direcciones del movimiento obrero, campesino y popular a las elecciones, al congreso, y hacia todo lo que representa el poder político del Estado Burgués.

Un golpe controlado

En ese sentido, el cambio operado se desarrolló bajo el tutelaje de los círculos de poder conformado por la dirección del partido colorado y de las Fuerzas Armadas. Lo que el golpe desarmó fue la trilogía Stroessner-FF.AA.-ANR como estructura de dominación rígida, para mantener inalterable el poder acumulado por el Partido Colorado y sus anillos burgueses que se enseñorearon posterior a la caída, ahora bajo el manto de la democracia de un supuesto Estado Social de Derecho.

Hay que considerar también que para el imperialismo norteamericano desde la última parte de la década del 70 las dictaduras perdieron su significado estratégico como proyectos de control y regimentación. En ese sentido, desde Washington, con Jimmy Carter en la presidencia desde 1977 se pasó a impulsar la llamada política de reacción democrática, lo que implicaba desmantelar los regímenes dictatoriales y sustituirlos por regímenes liberales bajo la aureola de los DD.HH.

Este giro en la política norteamericana obedeció fundamentalmente a que el mantenimiento de los modelos de gobiernos autoritarios, como barrera a la influencia de los procesos revolucionarios que sacudieron la región, perdieron sentido; no sólo por el languidecimiento de las irrupciones populares, sino fundamentalmente por la dispersión y atomización de las direcciones revolucionarias.

Para los norteamericanos ya no existía a esa altura el fantasma de comunismo como un peligro real, considerando la domesticación de la URSS a través de la capitulación stalinista, lo que proyectaba una pronta restauración del capitalismo y, en consecuencia, el desmantelamiento soviético y todo el este europeo era cuestión de tiempo. En otras palabras, a esa altura, el bloque soviético ya no constituía una influencia que ponga en peligro los proyectos imperialistas.

Pero además, los motivos que justificaban el impulso de los regímenes dictatoriales se tornaron su contrario, es decir, la mano dura que mantuvo un control estricto sobre la población, a pesar de cientos de actos de resistencia, ya no cumplía aquel rol necesario para la estabilización, sino que pasó a constituirse en un peligro en el tiempo, pues podían precipitar nuevas reacciones a causa de la arbitrariedad con la que desempeñaban sus papeles de capataces del imperio.

De allí que lo que ocurrió en 1989 en nuestro país nada tuvo que ver con una insurrección de masas, aunque éstas comenzaban a dar muestra de su hartazgo y su disposición a irrumpir en las calles con movilizaciones exigiendo la caída de la dictadura. Sin embargo, la caída se limitó a un golpe preventivo y por dentro del propio aparato y, en consecuencia, controlado por parte de un círculo del propio Partido Colorado y una parte importante de las FF.AA que continuó al frente del aparato estatal y colocó la agenda norteamericana para marcar las nuevas reglas del juego.

¿Por qué clase de Estado debemos luchar?

La defensa de las libertades democráticas, los DDHH, los derechos laborales, la lucha contra los latifundios improductivos, tierras malhabidas, etc., son tareas presentes, vigentes, problemas que no se solucionaron con la caída del dictador. Son banderas justas sin duda alguna.

La discusión es si, para conseguirlas, ¿el horizonte programático debe ser la pelea por el llamado Estado social de derecho? ¿Puede avanzarse hacia estas tareas pendientes sin un cuestionamiento de fondo de las bases del propio sistema capitalista? Si esto no está planteado todo gira en torno un discurso que busca hermosear y humanizar el sistema actual.

En otras palabras, tenemos que seguir peleando por las libertades democráticas, pero para pelear consecuentemente por ellas debemos unirlas con la lucha por las reivindicaciones sociales de la clase trabajadora que apunte a una revolución socialista. .

El combate por la vigencia de las libertades democráticas es sin dudas una necesidad, porque se sigue violando cotidianamente en el marco de este régimen de supuesto «Estado de derecho». En consecuencia, la denuncia implacable de estas situaciones debe empalmar al mismo tiempo con la lucha por reivindicaciones transitorias hacia un proceso revolucionario.

Las llamadas reivindicaciones democráticas, si no están enlazadas a consignas transicionales que orienten y planteen a las organizaciones de la clase trabajadora la toma del poder para cambiar la sociedad, se limitan a hacer el juego al propio modelo que cuestionan.

Toda la diatriba que realizan los reformistas se centra en el cuestionamiento por no alcanzar los estándares que hacen a un verdadero Estado Social de Derecho. En consecuencia, ni siquiera está planteada la superación de la democracia liberal para pelear por la dictadura proletaria que implican un modelo democrático superior a la democracia liberal, la democracia obrera.

A partir de todo esto, como aún no se ha alcanzado la plenitud de los derechos y garantías liberales, lo máximo que se plantea la izquierda, en general, es prácticamente la necesidad de una verdadera revolución democrática burguesa, pues la atención y cuestionamiento se centra en por qué, a pesar de la caída de la dictadura, no se ha alcanzado una verdadera justicia social.

La respuesta es muy sencilla, porque en un Estado liberal, por más democrático que éste sea, siempre será un modelo estatal en función a los intereses de los capitalistas y en consecuencia la democracia se vuelve una caricatura. Democracia liberal con justicia social es democracia real para los patrones del campo y la ciudad, mientras la clase trabajadora sigue mirando desde el otro lado de la ventana.

La “democracia” no es un concepto o un valor universal. En cualquier sociedad de clase ésta adquiere un carácter concreto en cuanto a su operatividad, por eso debemos responder a la pregunta: ¿democracia para quiénes? ¿Al servicio de cuáles intereses de clase?

La caída de la dictadura de Stroessner y los límites de la democracia liberal como horizonte

En el Estado democrático liberal lo máximo que se podrá llegar es a atenuar momentáneamente inequidades sociales, pero nunca se llegará a la anhelada justicia social de la que hablan los reformistas, una frase ambigua que puede adquirir cualquier contenido. Lo que vivimos hoy es la degradación del propio régimen liberal, que se traduce en un mayor desconocimiento de derechos y libertades y en la profundización de la miseria para estratos cada vez más grandes de la clase trabajadora.

De allí que para la superación de los límites políticos de la vanguardia sea necesario ir más allá de las meras reivindicaciones democráticas aisladas y pelear por una verdadera independencia política de clase, que provoque la desconfianza total hacia las instituciones del modelo liberal que nos explota y oprime.

Es necesario proyectar la movilización de las organizaciones de la clase trabajadora hacia el derrumbe de todo el modelo estatal actual, no a que éste adquiera la fantasiosa “justicia social”, imposible de alcanzar en un sistema basado en la explotación y la opresión. En otras palabras, hacer avanzar las luchas en las calles hacia la conquista de un Estado Obrero, Revolucionario y Socialista.