Este año 2017 se cumplen cien años de la Revolución Rusa. Hace un siglo atrás los trabajadores demostraron, por primera vez en la historia, que podían derrotar a la burguesía también en el campo político y gobernar por medio de sus organizaciones y consejos. Quedó demostrado que antes de someterse eternamente al cernidor de las luchas económicas, de las campañas salariales y de las conquistas parciales siempre carcomidas en el período siguiente, los trabajadores podían gobernar y tomar las riendas no solo de la producción de la riqueza sino también de su distribución y control consciente.

Por: Gustavo Machado, para Teoria & Revolução

No obstante, cien años es un período demasiado largo para nuestras vidas individuales. La forma como es contada la historia de la Revolución Rusa, muchas veces hace parecer que se trata de un horizonte distante e intocable. Al final, ¿cómo sería posible, en los días de hoy, que una masa de trabajadores de tal modo hundida en las ilusiones capitalistas, corroída por la brutalidad y la opresión producidas por este mismo sistema, marcada por el atraso cultural y por las ideologías reaccionarias siguiera el ejemplo de los trabajadores rusos y tomara las riendas de su propio destino? ¿No habría un atraso tan grande en las conciencias que dejara para un futuro distante, en el mejor de los casos, la posibilidad de que los trabajadores sigan el ejemplo de la Revolución de 1917? Pensamos que no.

 

En realidad, la Revolución Rusa estuvo lejos de ser, como a veces parece, una leyenda cuyos personajes eran jefes geniales conduciendo una masa de trabajadores conscientes, desprovistos de preconceptos e ilusiones. Las historias oficiales, lamentablemente, omiten los errores groseros, las derrotas, los preconceptos, así como los atrasos de todo tipo, haciendo que los acontecimientos pasados se parezcan más a una pieza literaria que a la vida real. No sin razón, en su Historia de la Revolución Rusa, Trotsky comenta sobre la “leyenda poco inteligente que retrata la historia del bolchevismo como una emanación de la pura idea revolucionaria. En realidad, el bolchevismo se desarrolló en un medio social definido, sometido a sus influencias heterogéneas y entre ellas a la influencia de un ambiente pequeñoburgués y de atraso cultural. A cada nueva situación, el partido se adaptaba a través de una crisis interna” (TROTSKY, 2007b, p. 906). Para entender este proceso es importante, por lo tanto, retomar algunos antecedentes. ¡Veamos!

 

La idolatría por el Zar

 

La Revolución Rusa, como todo gran acontecimiento de la historia, no surgió de la nada. Su trayecto fue profundamente accidentado. El primer gran capítulo de este hecho fue la Revolución de 1905, posteriormente conocida como “Ensayo General”. Lo que pocos saben es que ese ensayo general se inició de manera nada convencional. La miseria del joven proletariado ruso alcanzó, en aquella época, un nivel tan alto que en enero de 1905 ciento cincuenta mil obreros de San Petersburgo se dirigieron al palacio del Zar, el autócrata que dominaba toda Rusia, para pedir condiciones de trabajo que permitiesen atender las necesidades básicas, principalmente la jornada de ocho horas de trabajo.

 

Pero se engaña quien piensa que ellos fueron a protestar contra el Zar. Al contrario. En la época, el dictador ruso gozaba de un prestigio casi religioso entre los campesinos y obreros. En eventos públicos, por ejemplo, era común que trabajadores enfermos intentasen, de todas las formas, tocar al Zar, creyendo que con eso serían curados. En enero de 1905, los trabajadores no fueron a luchar contra el gobierno sino a clamar para que este escuchase sus súplicas. Creían que los patrones y los funcionarios estatales eran los únicos villanos, y que el Zar era el representante de todo el pueblo, y solo estaba mal informado sobre su real situación.

 

Quien conducía esos 150.000 obreros no era ningún sindicato, central sindical o partido revolucionario, sino un cura. Se trataba del padre Gapon, que, años después, se descubrió era un agente infiltrado de la policía. El manifiesto a ser entregado al Zar se parecía más con un ruego: “Nosotros, obreros, habitantes de San Petersburgo, acudimos a Ti. Somos esclavos desgraciados, escarnecidos, aplastados por el despotismo y la tiranía. Agotada nuestra paciencia, dejamos el trabajo y rogamos a nuestros amos que nos diesen solo aquello sin lo cual la vida es una tortura. Pero esto nos fue negado, para los patrones todo es ilegal. […] ¡Señor! ¡No niegues ayuda a Tu pueblo! Derriba el muro que se yergue entre Ti y Tu pueblo. Ordena que nuestros ruegos sean atendidos y, al prometer, harás la felicidad de Rusia” (LENIN, 1980, p. 96), y así seguía. Ocurre que ese movimiento fue recibido por ametralladoras en un episodio que quedó conocido como “Domingo Sangriento”. Ese proceso inició la primera Revolución Rusa, que fue derrotada después de muchos meses de batalla. Pero de esa revolución millones de obreros aprendieron una lección: el Zar no es nuestro aliado. Surgieron por primera vez los Soviets, consejos de trabajadores, y, con ellos, los trabajadores tomaron conciencia de que podían ir mucho más allá de conquistas salariales.

 

Dirá Lenin, más de una década después, que “al leer ahora esta petición de obreros ignorantes y analfabetos, dirigidos por un sacerdote patriarcal, experimentamos un sentimiento extraño. Involuntariamente comparamos esta ingenua petición a las actuales resoluciones de paz de los social-pacifistas, los supuestos socialistas que, en realidad, son charlatanes burgueses. Los obreros no esclarecidos de la Rusia prerrevolucionaria no sabían que el Zar era el jefe de la clase dominante”. Pero, en seguida, hace una salvedad fundamental: “a pesar de todo, hay una gran diferencia entre ambos hechos: los social-pacifistas de hoy son principalmente hipócritas que, mediante amables exhortaciones, tratan de desviar al pueblo de la lucha revolucionaria, mientas que los obreros ignorantes de la Rusia prerrevolucionaria demuestran con hechos que eran hombres sinceros que, por primera vez, despertaban a la conciencia política” (LENIN, 1980, pp. 97-98).

 

Pero no nos engañemos. El zarismo aún gozaba de enorme prestigio entre los campesinos, que en la época representaban más de 80% de la población del país, e incluso entre una fracción considerable de los obreros. El proceso histórico que culminó en la Revolución Rusa de 1917 se dio no sin innumerables idas y vueltas de la conciencia.

 

Ocho años después de esa primera revolución, en 1913, los Romanov desfilaban por toda Rusia para conmemorar los 300 años de su dinastía. Multitudes seguían ese desfile imperial, tanto en el campo como en la ciudad. Como escribe Orlando Figes, “durante la conmemoración del tricentenario, la dinastía Romanov presentó al mundo una imagen brillante del poder y de la opulencia de la monarquía. No se trataba de simple propaganda. Los rituales de homenaje a la dinastía y la glorificación de su historia pretendían, seguramente, inspirar reverencia y apoyo popular al principio de la autocracia” (FIGES, 1999, p. 35). Se trataba de celebrar la ficticia comunión entre el zarismo y el pueblo ruso. Según Figes, la “propaganda del tricentenario fue el apogeo de esa leyenda. […] Él era loado por su estilo de vida modesto y por sus gustos simples, su accesibilidad al pueblo común, su bondad y sabiduría” (FIGES, 1999, pp. 41-42).

 

Ese evento estuvo acompañado de tamaña devoción por el Zar que el diario The Times de Londres relataba que “ningún futuro parece tan confiado o tan brillante. […] Nada podía ejercer el afecto y la devoción a la persona del emperador demostrada por la población siempre que Su Majestad aparecía. No hay duda de que en ese fuerte apego de las masas a la persona del emperador está la gran fuerza de la autocracia rusa” (destacado nuestro) (FIGES, 1999, p. 43). Ora, pocos podían imaginar frente a esa celebración, de tanta pompa y ostentación, frente a las multitudes que seguían al Zar con una devoción casi religiosa, que sus días estaban contados y una revolución nacía en el horizonte. Pero este es solo un capítulo de las ilusiones de la conciencia que antecedieron a la Revolución de 1917. Entre las organizaciones de todo tipo que procuraban canalizar esa masa de trabajadores y campesinos para una transformación social, la confusión se transformaba en caos.

 

El vértigo nacionalista y la traición de los partidos “de izquierda”

 

Ora, si el pueblo ruso estaba marcado por el atraso cultural, por las ilusiones de todo tipo, ¿sería la revolución producto de una fuerte unidad y elevada conciencia por parte de las organizaciones de izquierda? ¡Lejos de eso! En realidad, lo que ocurrió con los partidos dichos de izquierda fue el exacto opuesto. Como analiza Trotsky, es “más fácil teorizar sobre una revolución a posteriori que absorberla en su carne y sangre antes que ocurra. La proximidad de una revolución inevitablemente produjo, y siempre producirá, crisis en los partidos revolucionarios” (destacado nuestro) (TROTSKY, 2007, p. 906).

 

En realidad la Revolución Rusa fue precedida por la mayor crisis ya ocurrida en el movimiento marxista: la traición y desmantelamiento completo de la Segunda Internacional con el estallido en 1914 de la Primera Guerra Mundial. En la época, Alemania poseía el más organizado proletariado del mundo, tanto sindical como políticamente. La Socialdemocracia alemana era un partido poderoso que hegemonizaba los sindicatos, ocupaba diversos puestos en el parlamento y cuya política hacía eco en los cuatro rincones de Europa. No sin razón, los activistas obreros rusos tenían sus ojos puestos en Alemania.

 

Pues bien, 1914 marcó el desmonte de la socialdemocracia como un instrumento de los trabajadores, cuando ese partido votó a favor de los créditos de guerra aprobando la entrada de Alemania en el conflicto y la guerra entre los trabajadores de diversos países en función de los intereses de la clase que los dominaba.

 

Este hecho es ampliamente conocido. Lo que pocos saben es que en función de los conflictos imperialistas desarrollados en la época, particularmente de Alemania contra Francia e Inglaterra, la atmósfera nacionalista tomó cuenta de toda Europa. En diversos casos, fueron los propios trabajadores que, reunidos alrededor del Parlamento alemán, exigieron de la socialdemocracia la aprobación de los créditos de guerra. Como indica el historiador Modris Eksteins: “los socialdemócratas, frente a la movilización de los ejércitos del zar y, por lo tanto, de una intensificada amenaza rusa, y también frente a renovadas manifestaciones de carácter patriótico, comenzaron a adherir a la causa nacionalista. Algunos dirigentes socialistas se dejaron envolver en la orgía de la emoción. Otros sintieron que no podían nadar contra la corriente del sentimiento público. […] si los dirigentes del SPD no hubiesen aprobado los créditos de guerra, los diputados socialistas habrían sido pisoteados hasta morir frente a la Puerta de Brandemburgo. En suma, el monarca y el gobierno no fueron los únicos influenciados por las efusiones de sentimiento público, sino que virtualmente todas las fuerzas de la oposición también se dejaron arrastrar por la corriente” (destacado nuestro) (EKSTEINS, 1992, pp. 90-91).

 

El vértigo nacionalista alemán no escatimó prácticamente ningún tipo de organización, incluso aquellas centradas en la lucha contra las opresiones o los miembros de la comunidad judaica. En ese sentido, aún según Eksteins, la “atmósfera electrizada estimula a toda suerte de organizaciones y grupos sociales a declarar públicamente su lealtad a la causa germánica. Militantes de los derechos de los homosexuales y de las mujeres, por ejemplo, se juntan ‘a las celebraciones de la nacionalidad. La Asociación de los Judíos Alemanes en Berlín publica su declaración el sábado 1 de agosto: “Es evidente que todo judío alemán está listo para sacrificar toda la propiedad y toda la sangre exigidos por el deber”, proclama en una de muchas afirmaciones exuberantes’” (EKSTEINS, 1992, pp. 90-91).

 

En Francia, Victor Serge, entonces anarquista y prisionero político, narra con perplejidad que “la súbita conversión de los socialdemócratas alemanes, de los sindicalistas, socialistas y anarquistas franceses al patriotismo nos pareció incomprensible. ¿Entonces no creían en nada de lo que decían hasta ayer? […] Cantadas por multitudes que acompañaban las movilizaciones hasta los trenes, las Marseillaises vehementes llegaban hasta la prisión. Oíamos también: “¡A Berlín! ¡A Berlín!”. Ese delirio, para nosotros inexplicable, consumaba el apogeo de una catástrofe social permanente” (SERGE, 1987, p. 65).

 

Como se ve, la casi totalidad de las organizaciones, navegando en la conciencia general, capitularon a la guerra imperialista. En Rusia no fue en absoluto diferente. Una multitud adhirió súbitamente a la guerra. Como relata Rodzianko, entonces presidente del parlamento ruso (Duma), “una multitud se arrodilló para entonar el himno ‘Dios salve al Zar’ y después se irguió dando vivas”. Según Marc Ferro, Rodzianko “preguntó a dos obreros: ‘¿Qué es de vuestras huelgas, de las reivindicaciones en la Duma?’ [y] los interpelados respondieron: ‘Son asuntos de los que nos ocuparemos, pero ahora es necesario defender la patria’”. En ese mismo contexto, relata Kerensky, futuro presidente del gobierno provisorio ruso: “En el corto espacio de una hora, se mudaban así los sentimientos de un pueblo entero. Nada quedaba de las huelgas, de las barricadas y del movimiento revolucionario, tanto en San Petersburgo como en el resto del país” (FERRO, 1992, p. 156).

 

Ora, en ese escenario, Lenin y los bolcheviques, que se oponían a la guerra, quedaron absolutamente aislados. Al respecto, Trotsky relata que “muchos jefes de los partidos obreros se colocaron durante la guerra al lado de su propia burguesía. Lenin bautizó esta tendencia con el nombre de ‘social-chovinismo’: socialismo de palabras, chovinismo de hecho. La traición al internacionalismo, con todo, no caía del cielo, sino que constituía la continuación y el desarrollo inevitables de la política de adaptación reformista al Estado capitalista” (TROTSKY, 2012, p. 430)). Lenin, por su parte, en un manifiesto célebre, denominado El oportunismo y la bancarrota de la II Internacional, declaraba:

 

“El contenido de las ideas políticas, del oportunismo y del social-chovinismo es el mismo: colaboración de clases en lugar de lucha de clases, repudio de la necesidad revolucionaria de esa lucha, ayuda al ‘propio’ gobierno en una situación difícil, en lugar de utilización de las dificultades para los fines de la Revolución (destacado nuestro) (LENIN, 1984).”

 

La capitulación de las organizaciones dichas revolucionarias, de todas las vertientes, a la guerra, aisló de tal forma al Partido Bolchevique en aquel momento, que pocos veían en el horizonte la posibilidad de una revolución, sea en Rusia o en cualquier otra parte. Como concluye Marc Ferro “En 1914 nadie sospechaba lo que solamente Lenin veía claro al afirmar que la guerra era el más bello presente de Nicolás II a la Revolución. Se juzgaba, por el contrario, que la abertura de las hostilidades era la doble muerte del movimiento revolucionario. Pues, con excepción de algunos bolcheviques, ¿no tenían jefes y tropas pasados a los brazos del enemigo, como en todo el mundo? Además, los revolucionarios rusos estaban tan divididos entre sí desde el revés de 1905 que nadie más los creía capaces de alcanzar su fin” (destacado nuestro) (FERRO, 1974, p. 15).

 

De hecho, la fragmentación de las organizaciones rusas, por así decir, de izquierda, obreras o no, era de tal magnitud que necesitaríamos de un artículo aparte para describirla. Luego de hacer un histórico de esas divisiones, Marc Ferro dice que “jamás el movimiento revolucionario había alcanzado tal fragmentación, peligro evidente de impotencia. Lanzados fuera de Rusia como parásitos, ¿sus dirigentes sin tropas habían perdido la partida?” (FERRO, 1974, p. 23). Además, la línea de intervención bolchevique, que se hizo conocida como “derrotista”, según la cual era preferible la derrota de Rusia a su victoria, atrajo pocos adeptos y se lanzaron casi todos contra los bolcheviques. No obstante, tres años después, ya durante el gobierno provisorio que sucedió a la Revolución de Febrero, no había un solo ruso que no creyese que los bolcheviques eran los únicos que podían sacar a Rusia de la guerra.

 

Los bolcheviques no eran clarividentes

 

Ora, si la conciencia de los trabajadores rusos no se diferenciaba, guardadas las especificidades de su tiempo, de los atrasos, preconceptos e ilusiones que vemos con otras formas en los días de hoy, en algunos momentos con una devoción casi religiosa por un dictador sanguinario, en otros apoyando una guerra entre trabajadores por intereses ajenos, tampoco es verdad que los dirigentes de la Revolución Rusa eran autómatas clarividentes, inmunes a las presiones de la realidad.

 

Pocos saben que los bolcheviques, al principio, se opusieron a la manifestación del 8 de marzo de 1917 [en el calendario georgiano] que culminaría con el derrocamiento de la autocracia rusa. Y el motivo fue, créanlo, una evaluación equivocada de la conciencia inmediata de los obreros rusos. Meses antes de esos acontecimientos, a finales de 1916, los bolcheviques dirigieron una serie de huelgas en Petrogrado, en función de las precarias condiciones económicas de los obreros. No obstante, en medio de la crisis producida por la Gran Guerra, esas huelgas fueron derrotadas y terminaron con despidos en masa. En ese contexto, “cuando se creó un comité para organizar las manifestaciones del 23 de febrero, previstas para la jornada de las obreras, los bolcheviques negaron su colaboración, por juzgar que toda tentativa de esa naturaleza era prematura. ¿No habían probado exhaustivamente los reveses de los meses precedentes?”. Para tener una idea, dirigentes bolcheviques temían ser físicamente agredidos en los barrios obreros caso convocasen la referida manifestación. Sin embargo, “el día 23 de febrero por la mañana, viendo que, no obstante, los huelguistas salían en marcha, decidieron participar de ella” (FERRO, 1974, pp. 31-32).

 

Es una de las mayores ironías de la historia que el partido dirigente de la Revolución de Octubre no creyó en la posibilidad de éxito del primer acto de la revolución. Pero no se trataba de una cuestión de principios. La evolución de la conciencia de los trabajadores, en sentido opuesto al que se daba desde 1914, marchaba rumbo a posiciones cada vez más radicalizadas frente a las contradicciones objetivas puestas por la guerra imperialista, que, años antes, produjeron el entusiasmo general.

 

Incluso Lenin, principal dirigente del Partido Bolchevique, estaba lejos, frente a todo ese escenario, de prever la eminente evolución de la conciencia de los trabajadores en la situación revolucionaria que se abría. En vísperas de la Revolución de Febrero de 1917, en enero, en una palestra para estudiantes suizos sobre la revolución de 1905, a pesar de defender que era necesario transformar la guerra imperialista en una guerra civil contra la burguesía, terminó su palestra con las siguientes palabras:

 

“Nosotros, los de la vieja generación, tal vez no lleguemos a ver las batallas decisivas de esa revolución. No obstante, creo que puedo expresar con plena seguridad la esperanza de que la juventud, que está trabajando tan magníficamente en el movimiento socialista en Suiza y de todo el mundo, no solo tendrá la suerte de luchar, sino también de triunfar en la futura revolución proletaria (destacado nuestro) (LENIN, 1980, p. 99).”

 

Ora, Lenin no imaginaba que esa futura revolución ya estaba golpeando la puerta. El mes siguiente, en febrero, el Zar fue depuesto por los trabajadores en lucha y cerca de nueve meses después, con varias idas y vueltas, avances y retrocesos, ilusiones y desilusiones, los trabajadores, en la senda del Partido Bolchevique de Lenin y nuevamente organizados en consejos de trabajadores, los Soviets, llegaron al poder.

 

Revolución Rusa: necesidad y conciencia

 

Ese proceso, como podemos ver, no fue forjado por los “autómatas de la leyenda” sino por personas vivas. Podemos reconocer en los días de hoy atrasos similares en las conciencias, ilusiones y confusiones de todo tipo, pero, al mismo tiempo, reconocemos también la misma explotación y opresión y, por eso mismo, las mismas necesidades. La Revolución Rusa nos enseña que mientras exista la sociedad capitalista, la revolución socialista no es un capítulo destinado únicamente a los libros de historia o un sueño para un futuro distante, sino la única salida definitiva para los trabajadores.

 

Tanto es así que, por el peso de las necesidades objetivas, producto de las contradicciones que el capitalismo impone a la vida de todos y todas, en los episodios que siguieron a la revolución de 1917, vimos un desarrollo de la conciencia en un sentido radicalmente opuesto.

 

El giro fue tan radical que, ahora, luego de la revolución victoriosa, pocos años después del vértigo nacionalista que poseyó a casi todos, eran los soldados de las naciones dominantes que volvían sus armas para los supuestos representantes de su patria, con los ojos vueltos hacia la Revolución Rusa. Un ejemplo ilustrativo fue la negación de los soldados aliados de luchar contra el bolchevismo, como describe Marc Ferro:

 

“los aliados, por su parte, pretendían provocar la caída de los Soviets, no solo aislándolos de Europa por “un cordón sanitario” de pequeños Estados-tapones. Mientras tanto, soldados franceses y británicos se amotinaron a partir de octubre de 1918, negándose a luchar contra el bolchevismo. Estas centellas se multiplicarían luego, suscitando en los dirigentes occidentales una preocupación aún mayor que la agitación mantenida en la propia metrópoli por los socialistas anti-intervencionistas. Su efecto simultáneo fue que en 1919, Clemenceau y Lloyd George dudaron en enviar nuevas tropas a Rusia. ¿No volverían ellas a Europa a ejecutar la revolución social? (FERRO, 1974, p. 96).”

 

Otro ejemplo puede encontrarse en Ucrania. En ese país, dominando política y económicamente por Rusia hacía siglos, las masas de trabajadores pasaron a apoyar la Revolución de Octubre y el camino indicado por los dominadores de otrora. En 1919, así declaró un dirigente del RADA ucraniano, organización nacionalista que hacía décadas luchaba contra el dominio gran ruso: Si nuestros propios campesinos y la clase obrera no se hubiesen levantado, el Gobierno soviético ruso habría sido incapaz de hacer cualquier cosa contra nosotros […] ser expulsados de Ucrania no por el Gobierno ruso sino por nuestro propio pueblo” (DAVIS, 1919, p. 81).

 

Como se ve, la conciencia de las masas, a pesar de sus oscilaciones, de sus idas y vueltas, debe, ciertamente, servir de parámetro para definir cuándo o de qué forma realizar una acción dada. No obstante, era sobre la base de las necesidades objetivas, de las necesidades históricas de una dada clase social que el Partido Bolchevique ordenaba su intervención. Al final, en los decires de Trotsky “los bruscos cambios de opinión y sentimientos de las masas en una época de revolución derivan, no de la flexibilidad y movilidad de la mente humana sino de su exacto opuesto, de su profundo conservadurismo. […] Las masas entran en la revolución social no con un plan preparado de reconstrucción social sino con un sentimiento agudo de no poder soportar más el viejo régimen” (TROTSKY, 2007ª, p. 10).

 

Con eso no se quiere decir que la conciencia dominante entre los trabajadores sea de menor importancia. Al contrario, es un factor fundamental. No obstante, su desarrollo no es nada lineal. La cuestión fue sintetizada así por León Trotsky:

 

“durante una revolución, la conciencia de una clase es el proceso más dinámico que determina directamente el curso de la revolución. ¿Era posible, en enero de 1917 o incluso en marzo, después de la derrota del zarismo, responder si el proletariado ruso había “madurado” lo suficiente para conquistar el poder en ocho o nueve meses? La clase obrera, en ese tiempo, era sumamente heterogénea social y políticamente. Durante los años de guerra se había renovado en 30 o 40%, mediante el ingreso en sus filas de pequeñoburgueses provenientes del campesinado y frecuentemente reaccionarios, mujeres y jóvenes. En marzo de 1917, el Partido Bolchevique continuaba siendo una insignificante minoría de la clase obrera y, además, existían desacuerdos dentro del propio partido. La inmensa mayoría de los obreros apoyaba a los mencheviques y los “socialistas revolucionarios”, es decir, los social-patriotas conservadores. La situación era aún más desfavorable respecto del ejército y del campesinado, debiendo agregar a esto el bajo nivel general de cultura en el campo, la falta de experiencia política entre las más amplias camadas del proletariado, especialmente en las provincias, lo que aisló a los soldados y los campesinos (TROTSKY, 1978, p. 91).”

 

No obstante, a pesar de esos factores que discutimos exhaustivamente en los límites de este artículo, Trotsky continúa:

 

“tomando como punto de partida el nivel de su “madurez”, es necesario impulsarlas adelante, hacerlas comprender que el enemigo no es de manera alguna omnipotente, que él está dilacerado por sus contradicciones y que, por detrás de su imponente fachada, reina el pánico. Si el Partido Bolchevique hubiese fracasado en esa tarea, no se podría ni hablar del triunfo de la revolución proletaria. Los soviets habrían sido aplastados por la contrarrevolución y los minúsculos sabios de todos los países habrían escrito artículos diciendo que solo visionarios sin fundamento podrían soñar con la dictadura del proletariado en Rusia, siendo la clase obrera como era, tan pequeña numéricamente y tan inmadura (TROTSKY, 1978, p. 92).”

 

Como se ve, el partido juega en ese proceso un papel fundamental, no por ser clarividente ni por prever si la revolución ocurrirá en meses, años o décadas. No se trata de eso. Según Trotsky, el “alto temple del partido bolchevique se expresa no en la ausencia de desacuerdos, dudas, y hasta de conmociones, sino en el hecho de que en las circunstancias más difíciles salía a tiempo de las crisis internas y aseguraba la oportunidad de intervenir decisivamente en el curso de los eventos” (TROTSKY, 2007ª, p. 10).

 

La realidad que desembocó en la Revolución Rusa de 1917 no se diferencia de la actual por las confusiones, ilusiones y atrasos de los más diversos en la conciencia de los individuos y de los trabajadores. Tampoco fue marcada por la existencia de autómatas clarividentes incapaces de equivocarse. Ni siquiera por el fortalecimiento gradual del conjunto de las organizaciones de izquierda. Pero fue decisivo, sí, sin duda, la existencia de un partido que nunca dejó de creer en la actualidad de la revolución y por ella rigió su intervención. Esta es, sin duda, la principal lección de la Revolución de Octubre para todos aquellos que luchan y apuestan en la caída del capitalismo y en la construcción de otra forma de organización social. Esa experiencia no reduce un centímetro siquiera la importancia del tema de la conciencia de las masas trabajadoras para la realización de un proceso revolucionario, no obstante, refuta históricamente cualquier interpretación de un programa revolucionario basado en una fenomenología de la conciencia, o sea, refuta la tesis de que una revolución presupone un desarrollo gradual y por etapas de la conciencia de los trabajadores.

 

Referencias bibliográficas

 

DAVIS, Horace. Para uma teoria marxista do nacionalismo. Rio de Janeiro: Zahar, 1979.

 

EKSTEINS, Modris. A Sagração da Primavera. A grande guerra e o nascimento da era moderna. Rio de Janeiro: Rocco, 1992.

 

FERRO, Marc. A Revolução Russa de 1917 . São Paulo: Perspectiva, 2004.

 

_______. Nicolau II – o último czar. Lisboa, Portugal: Edições 70, 1992.

 

FIGES, Orlando. Tragédia de um povo: a Revolução Russa, 1891-1924. Rio de Janeiro: Record, 1999.

 

LÊNIN, V. I. 1905 – Jornadas Revolucionárias. Editora História, 1980.

 

_______. O oportunismo e a falência a II Internacional, 1916. In: LÉNINE, V. I. Obras escolhidas em seis Tomos . Lisboa: Edições Avante; Moscou: Edições Progresso, 1984. t. 2.

 

SERGE, Victor. Memórias de um revolucionário, São Paulo: Cia. das Letras, 1987.

 

TROTSKY, Leon. História da Revolução Russa. Tomo Um. Parte 1. São Paulo: Sundermann, 2007a [1930].

 

_______. História da Revolução Russa. “Lenin chama à insurreição”. Tomo Dois. Parte 3. São Paulo: Sundermann, 2007b [1930].

 

_______. Stalin: Biografia. Editora Livraria da Fisica, 2012, São Paulo.

 

_______. Classe – Partido – Direção. ago. 1940. In: MARX, Karl et al. A questão do partido. São Paulo: Kairós, 1978. p. 89-94.

 

Traducción: Natalia Estrada